CRÍTICA DE LIBROS. "Fouché", de Stefan Zweig

El más extraño de los políticos

SINOPSIS editorial: Joseph Fouché (1759-1820) fue uno de los personajes más controvertidos de la Revolución Francesa. Hipócrita, tenebroso y maquiavélico, votó a favor de la muerte de Luis XVI y María Antonieta y fue responsable de sangrientas represalias. Luego, sintiéndose amenazado por Robespierre, participó activamente en la conspiración Termidor.
En julio de 1799 pasó a ser Ministro de Policía del Directorio y se convirtió (sin que su cooperación hubiese sido solicitada), en cómplice activo del 18 Brumario. Napoleón le conservó en su puesto de Ministro de la Policía, le nombró luego senador y, posteriormente, Duque de Otranto. Tras la segunda abdicación de Napoleón trabajó con éxito a fin de conseguir el retorno de Luis XVIII, quien lo mantuvo en las funciones de ministro. Posteriormente, perseguido como regicida, se retiró a Trieste, donde moriría.
Con una magistral capacidad de análisis y su habitual y deslumbrante talento para recrear atmósferas y espacios del pasado, Stefan Zweig traza el retrato psicológico de este traidor de nacimiento, un ser cínico, sibilino, intrigante, dueño de una escurridiza naturaleza de reptil, tránsfuga profesional, abyecto y amoral. Su biografía es el apasionante relato de una época que va de la Revolución Francesa hasta la decadencia y postrimerías del imperio napoleónico.

He tenido la fortuna de releer este maravilloso libro del, posiblemente, personaje psicológico más interesante de su siglo; una figura de pasiones bajas y pasiones heroicas. El autor confiesa que ha escogido biografiar a Josep Fouché porque pensaba (al igual que Balzac) que se trata del ejemplar perfecto de político. Según Zweig, este hombre influyó, muchísimo más de lo que se le ha reconocido históricamente, en los acontecimientos de su tiempo.
El joven Fouché no valía para marino. Se mareaba a dos millas de la costa; se agitaba si corría un poco. Así que se metió en los jesuitas como profesor de matemáticas y física, curtiéndose en una vida espartana, tejiendo su personalidad en el arte de conocer a los hombres.
En su madurez, percibe que sobre Francia pende una tempestad social y que la política domina el mundo.
A los 32 años ya se ha casado y es diputado de Nantes, en la Convención. No es un hombre atractivo ni apasionado; no bebe vino ni despilfarra. Vive solo de papeles y expedientes. Tiene la sangre fría, los nervios no le dominan; es su auténtica fuerza. Siempre sale vencedor porque tiene enorme paciencia; hasta que el otro se agota, hasta que la falta de dominio deja un flanco al descubierto y entonces le golpea implacable. Robespierre y Napoleón se estrellan contra esta pétrea calma.
Su pasión es la intriga. Su estilo es pegar de manera asesina, sin ser esperado y sin ser visto. Es su táctica. Su talento desborda su genio, su sangre fría sobrevive a toda pasión.
En Francia, la Revolución ha llevado lo más bajo de la sociedad (abogados sin trabajo, militares veteranos, sacerdotes evadidos) a lo más alto. Hay que poner orden en el caos. Para los moderados, los girondinos, la República ya está culminada con la Constitución, la abolición del rey y la de la nobleza. Pero los impetuosos, los radicales impacientes, quieren que la marea arrastre todo lo que queda de los restos. Entre ellos, Marat, Danton y Robespierre, caudillos del proletariado, quieren derribar el dinero y Dios, los viejos poderes del Estado, hacia la anarquía.
Fouché entonces era diputado por Nantes. Ve que el poder está aún en los moderados girondinos y allí se sitúa. Y espera a que se desgasten, se consuman. Nuestro personaje jamás será titular visible del poder; tirará de todos los hilos sin pasar nunca por responsable.
A pesar de que su partido pedía clemencia para Luis XVI, él vota “la Mort”. Este es otro rasgo de su desfachatez. Y cuando abandona traidoramente el partido no se escurre lento y cauteloso. No, lo hace a la luz del día, en línea recta, sonriendo fríamente y con naturalidad asombrosa. Lo que piensen en su partido le deja frío. Siempre estará con el vencedor. Es el más denodado republicano de la República, El Incorruptible.
Robespierre contra Fouché fue la lucha más enconada de la Revolución. Robespierre muere guillotinado.
Fouché es nombrado Ministro de Policía de la República Francesa. Ideó una refinada máquina policial que informaba de las noticias y negociaciones para operar en bolsa, produciendo dinero y dinero, con silencioso funcionamiento. Todo en sus únicas manos. No transmite, como es su obligación; transmite lo que quiere transmitir: lo que es útil para su propia ventaja. Y a esto hay que añadir su superioridad intelectual. Lo sabe todo y a todos compromete su silencio.
El Directorio está perdido y la nación está sacudida por la insurrección interna. Si no hay una fuerza que reúna las energías dispersas la República caerá. Surge Napoleón. Fouché y Bonaparte se reconocen y comienza su colaboración.
El duelo del analítico Fouché y el visionario Tayllerand es de lo más brillante del libro. Una extraña pareja, una rivalidad que Napoleón emplea para impulsarlos y, al mismo tiempo, contenerlos.
 Bonaparte prefiere siempre a un político inteligente (aunque poco fiable) como Fouché que a fieles incapaces.
Fouché está en su salsa. Todo el mundo se dirige a él y todos los acuerdos pasan por él.
Vendrá el hundimiento del emperador, los Cien Días, la restitución de Luis XVIII… El último salto acrobático de Josep Fouché en la cuerda política. El más extraño de los políticos.
No se pierdan este asombroso testimonio. Gracias por su atención.

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