CRÍTICA DE LIBROS: "Ordesa" de Manuel Vilas
Sinopsis
editorial: Una novela sobre cómo volver a unir
nuestras piezas rotas para entender quiénes somos. Una lectura íntima de la
reciente historia de España. Realidad y ficción se mezclan en esta novela
escrita con una voz valiente y transgresora que nos cuenta una historia
verídica, difícil, en la que todos podemos reconocernos. Desde el desgarro a
veces, y siempre desde la emoción, Vilas nos habla de todo aquello que nos hace
seres vulnerables, de la necesidad de levantarnos y seguir adelante cuando no
parece posible, cuando casi todo lo que nos unía a los demás ha desaparecido o
lo hemos roto. Es entonces cuando el amor y cierto distanciamiento -también el que
nos permite la ironía- puede salvarnos.
Había leído que este libro era el
futuro de la narrativa. Son cosas de los promotores de las editoriales
(más que “críticos”, parecen palmeros) que, de vez en cuando, tienen que
embaucar a los posibles lectores lanzando un superventas donde no se puede.
Chamusquina publicitaria.
Veamos algunas opiniones de escritores
de “la Casa” (Millás, Mendoza, Muñoz Molina):
Un
libro hermoso y estremecedor sobre la bondad…
Un
libro arriesgado y ameno…
Una
prosa que va y viene sobre el dolor de las palabras, sobre la necesidad de
querer y ser querido…
Hay gente osada; porque Ordesa
es un libro infumable. De un
narcisismo simplón y cargado de obviedades. Un continuo lloriqueo. Plúmbeo.
Hace algunos años ya me ocurrió algo
parecido con libros de Javier Marías.
Para “El País” (del mismo Grupo que la Editorial del divino Marías) es un autor
digno del Nobel. Un “dios”. Cuando Marías truena nos moja a todos. Y no crean
que es manía personal. No. Les pongo cuatro ejemplos y juzguen ustedes mismos:
–
La mujer con la que se acaba de
casar un personaje es “la mujer recién
contraída”.
–
“En el envés de sus sendas manos” (Marías cree que sendos significa dos).
–
“Leyendo una novela rápida” para referirse a una que es corta, que se lee rápidamente.
–
“Tengo la polla en su boca o ella tiene su boca en ella, puesto que ha
sido su boca la que ha venido a encontrarla”. El que esto escribe padece
impotencia expresiva. Pero en este caso, el señor es un académico.
Volvamos a Ordesa. El libro está estructurado en 157 capítulos cortos (alguno
de nueve líneas) unidos de manera casual. Es un tocho de 385 páginas. El autor
en un monólogo enfermizo y obsesivo va elucubrando si sus padres fueron
ángeles, sobre el alcohol, la verdad, el dinero, sus hijos, la vejez, su
divorcio…
“El
divorcio es como un período histórico. Para guardar memoria solo cabe llamar a
los historiadores. Y los historiadores son perezosos, están durmiendo, no les
apetece trabajar. Quieren tomar el sol.” Vale. Bien.
El futuro de la narrativa… ¡Ay, Señor!
Buena parte de sus reflexiones tienen una
estructura similar. Pongamos por caso: “Mi
madre no habla del pasado. No sabía que existiera el pasado. Mi madre no
entendía el tiempo. No tenía categoría histórica en su mente” … Y luego
sigue dando vueltas al asunto: “Iban a
cenas de amigos. Consigo imaginar los restaurantes a los que iban. Imagino
manteles blancos, flan de postre, champán en copas anchas, copas abiertas que
ya no se usan ¿por qué no se usan? ¿Por qué ahora se usan las copas tipo
flauta?” Sigue un soliloquio sobre las copas “flauta” o “Pompadour” que
significaba fiesta y alegría. Y termina:
“Siempre me arrepentiré de haberlo incinerado”.
Sentí la necesidad de tragarme este
tostón porque si lo dejaba en la página 37 ––como me pedía el cuerpo–– podía
aparecer más adelante el genio de Vilas y habría sido bastante injusto. Pero
ustedes no tienen por qué pensar como yo. Tal vez les guste, pero no puedo
recomendar leer lo que para mí ha sido un calvario.
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