CRÍTICA DE LIBROS: Operación Dulce, de Ian McEwan
SINOPSIS Editorial: Inglaterra, 1972. En
plena Guerra Fría la joven estudiante Serena
Frome es reclutada en Cambridge por el MI5. A partir de ese momento nada en
su vida será lo que parece. Cada verdad oculta una mentira y detrás de cada
lealtad se agazapa una traición.
La misión que le
encargan es crear una fundación para ayudar económicamente a novelistas
prometedores, pero la verdadera finalidad es generar propaganda anticomunista.
Y en su vida dominada por el engaño entra Tom
Haley, joven escritor del que acabará enamorándose. Hasta que llega el
momento en que tiene que decidir si seguir con su mentira o contarle la verdad,
y será entonces cuando acaso se sabrá quién está engañando a quién.
Esta deslumbrante
novela se organiza como un ingenioso y perverso juego de muñecas rusas que
atrapa y sorprende al lector con sucesivas vueltas de tuerca en las que
realidad y ficción se funden y confunden. El autor se sirve de una trama de
espionaje con toques de thriller para construir una historia en la que indaga
el choque entre la lealtad y la traición, el amor y la redención, la honestidad
y el engaño, la literatura y la realidad.
Esta magnífica novela es un ejemplo de trama
arquitectónica con sucesivos enredos y sutiles engaños. Además, se puede decir
que proporciona al lector algunos trucos de escritor consagrado y el vacío que
experimenta el autor al concluir una obra. Un juego con el lector, a quien
McEwan le plantea una serie de cuentos que están dentro de otros cuentos más
grandes; sin límite, pero sin despistar nunca al que está leyendo.
Es una mezcla de realidad y ficción. Una novela de espías ––una parodia de
ellas–– aunque no de acción, sino de
despachos.
El libro discurre en una época de decisivos cambios económicos y sociales: nuevas
vestimentas, nueva música y nuevos gustos. La Inglaterra del paro ––por el interminable
conflicto de los mineros––, la carnicería cotidiana del IRA y toda la nación con
el estado de ánimo abatido. Las restricciones al consumo obligaron a mandar a
los niños a casa porque no había calefacción en las escuelas; las farolas
públicas no se encendían para ahorrar energía y hubo que establecer una jornada
semanal de trabajo de tres días. Nada que ver con la añorada Inglaterra del
siglo XVIII, en la que la sociedad inglesa era la más libre e inquisitiva que
el mundo había conocido.
Durante los
años 70, en plena Guerra Fría, el telón de acero todavía no se había
desplomado y crecía la tensión permanente entre Occidente y la URSS. Las simpatías de la gente de izquierda, de todo el occidente, hacia la
Unión Soviética estaban culturalmente de moda (en la época de los 50, EEUU
había tenido una economía cebada por la 2ª Guerra Mundial; decían entonces los
norteamericanos: Lo que nos ayudó en
aquellos años es que nadie en Europa tenía un céntimo). USA invirtió
centenares de millones de dólares en el espionaje y en la propaganda
anticomunista. El gobierno británico no se podía quedar atrás y, para apoyar
esta lucha, el MI5 ideó la Operación Dulce.
Ian McEwan recrea el entramado de
intereses, el espionaje que rodeó la política internacional y el quehacer
cultural de los años 70. "La
CIA dedicó ingentes cantidades de dinero a difundir la cultura occidental, para
convencer a los intelectuales de que Occidente era la mejor opción".
En Expiación el escritor Ian Mc Ewan trató la traición y sus consecuencias: unos actos inocentes (aunque
guiados por el amor) tienen tremendas consecuencias. En este libro vuelve a
tratar sobre la culpa. La atractiva
protagonista, Serena, espía a un
novelista, que se venga de ella espiándola también.
Los personajes femeninos son literariamente prefectos, aunque estén descritos
por un hombre. En realidad, es una novela de desarrollo de personajes.
Me gustaría destacar el sorprendente
final: lo mejor de este asombroso libro.
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