CRÍTICA DE LIBROS: “A propósito de nada” de Woody Allen

Me acerqué a su autobiografía con verdaderas ganas. Me habían comentado los amigos que el libro era muy divertido. Sí, lo recomiendo. Woody Allen tiene pinta de alfeñique y él mismo se considera un zopenco para aprender pequeñas manualidades; pero es un buen escritor. Ha hecho más de cincuenta películas.

En España lo ha editado Alianza Editorial y es un éxito apabullante. En Francia, la editorial que había comprado los derechos de autor, se negó a publicarlo por miedo a las repercusiones.

Allen es un tipo lúcido que nos relata su vida regocijante en la Nueva York de los años 50; su cine clásico, bellas melodías, elegancia y espectáculo. Una vida plena, cargada de humor y autoflagelación: “No tengo ideas profundas ni pensamientos elevados, ni tampoco entiendo la mayoría de los poemas que no empiezan con las rosas son rojas, las violetas son azules”.

 

 Un listillo: “había heredado de mi padre el ADN de la deshonestidad. La liquidez de mi padre estaba un poco anémica a causa de ciertas especulaciones equivocadas relacionadas con los resultados de determinados partidos de baloncesto”. Ese humor corrosivo de Allen que tanto hemos degustado en sus películas se muestra ––sobre todo–– en la primera parte de su libro en la que arremete contra todo lo que le rodeaba: Mi madre, poniéndose instantáneamente del lado de cualquiera que me odiase… En aquella época de mi adolescencia la gente fumaba y bebía como descosidos. Por entonces se divertían de lo lindo. Como dijo un escritor gracioso, querían “ser rico, dormir hasta el mediodía y joderlos a todos”.

Cuando se metió en algún berenjenal, lo hice con la confianza ciega de los verdaderos ignorantes. Y sus fobias, los miedos, su hipocondria: En aquellos tiempos los aviones tenían hélices y, lo peor de todo, se desplazaban en el aire.

Se matriculó en cine en la Universidad de N.Y. y suspendió.

Un hombre de 84 años que mira su pasado con tranquilidad. Relata sus primeros pasos en el mundo del espectáculo, cuando todavía era un adolescente, y su adoración por aquellos maestros del humor, de la interpretación y de la música (Groucho Marx, cuya voz hacía que todo lo que decía resultara gracioso). Es interesante el juicio que emite de gente con la que ha trabajado y, en concreto, la opinión sobre las mujeres que conoció (Pronuncia mi nombre con una voz que empaña los cristales de las ventanas).

Recomiendo que el libro se lea junto a una tableta u ordenador conectados a internet, para poder sacar más provecho e identificar algunos rostros, para nosotros menos conocidos. Pongo por caso, los de Larry David, S.J. Perelman, Sam Waterson, David Panick, etc., etc. cuyas caras ––¡Ah, ese! ––nos facilitan la comprensión del relato. Por  las 439 páginas libro desfilan multitud de escritores, artistas, celebridades, ciudades… Con anécdotas muy amenas.

Hace algunos años Woody Allen fue acusado por la actriz Mia Farrow (con la que mantuvo relaciones durante doce años) de haber violado a Soon-Yi, hija adoptiva de Mia. Posteriormente, la misma Farrow denunció de nuevo al director por abusar sexualmente de su hija Dylan, de siete años de edad.

Aproximadamente una cuarta parte del libro lo dedica Woody Allen a este espinoso asunto. Y hace bien en desmarcarse de algunos otros feos casos (denunciados por Me Too, como el de Harvey Weinstein).

  Según el propio autor, en su autobiografía –lógicamente– tiene que escribir sobre su vida; y la desdichada denuncia ha desempeñado un papel muy dramático durante estos últimos treinta años. Además de mostrar su inocencia y aportar todas las sentencias judiciales que le descartan de tales delitos, insiste en puntualizar sobre algunos hechos. Destaca que Allen y Mia Farrow nunca estuvieron casados.  Soon-Yi no era hija adoptiva de Woody, sino hija adoptiva de Mia Farrow; tampoco era menor de edad pues tenía 21 años y Woody 56.

Desde luego, a la tal Mia Farrow la muestra desquiciada, con frecuentes ataques de rabia, un tanto psicótica y obsesionada por adoptar niños. Y eso que sus dotes para la educación y la crianza parecen de juzgado de guardia. Según el propio Allen, era una mamá dispuesta a adoptar un niño con parálisis cerebral, pero la dedicación y el trabajo que implicaba recaía en los otros hijos.

Tratando este asunto, que comenzó en los años noventa, encontramos al Woody Allen más verdadero y enfurecido. El infundio de Mia Farrow tiene sumido al comediante en una situación infernal, casi inexplicable.

De los norteamericanos, me desasosiega su inestabilidad. En USA una vez que te han colgado un bulo de este tipo, eres vulnerable para siempre. Estás indefenso. Cuenta Woody Allen que Hillary Clinton se negó a aceptar la donación económica que él y Soon-Yi hicieron para su campaña presidencial. En estos días, muchos actores ya se están negando a participar en las películas de Woody Allen porque –si lo hicieran– podrían quedarse sin trabajo en el futuro. Pura neurosis.

Independientemente de la opinión que cada uno tenga sobre este prolífico director, sobre su cine y su conducta personal, es lamentable lo que está ocurriendo. Algunos pretenden que suspenda su actividad artística o su difusión; aun habiéndose probado la inocencia. Es para echarse a temblar.

El libro termina así: “Más que vivir en los corazones y en las mentes del público, prefiero seguir viviendo en mi casa”.

Gracias, Woody.

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