CRÍTICA DE LIBROS. “El olvido que seremos”, de Héctor Abad Faciolince

La idea más insoportable de mi infancia  era imaginar que mi papá se pudiera morir”.


Sinopsis: En “El olvido que seremos”, Héctor Abad Faciolince narra el asesinato de su padre, Héctor Abad Gómez en Medellín en 1987. Nos cuenta el inmenso vacío que dejó en el autor y en toda su familia la pérdida de este gran hombre, que dedicó su vida a luchar por los derechos humanos y mejorar la vida de los más desfavorecidos.

Nos describe de forma muy emotiva la relación de profundo amor que los unía desde que era un niño. La admiración que sentía hacia él, un hombre cariñoso, alegre, que educó a sus hijos desde la tolerancia y el respeto; que quiso abrir sus mentes a los libros, a los grandes escritores, a la cultura y que luchó casi obsesivamente por cambiar las cosas en la Colombia convulsa de los años 80. Una época devastadora, en la que todos aquellos que “molestaban”, eran apuntados en listas negras y asesinados sin miramientos.

 El libro es la reconstrucción amorosa y paciente de un personaje; está lleno de sonrisas y canta el placer de vivir, pero muestra también la tristeza y la rabia que provoca la muerte de un ser excepcional. Será difícil olvidar este libro desgarrador de Héctor Abad Faciolince escrito con valor y ternura.

Cuarenta y dos capítulos (319 páginas) que son la saga de la familia del escritor, iluminando la historia de Colombia de las últimas décadas desde el lugar del amor y la justicia, aunque sin poder evitar la pregunta con la que comienza y termina el libro. El porqué de la muerte. 

Este es uno de los libros más hermosos que he leído. Se mete en tu piel. Es la búsqueda y el gozo de la belleza y el amor incondicional. La mayor parte de la novela transcurre en el departamento de Antioquía, en el país más violento del mundo. Según el autor, en Colombia había padecimiento, casi siempre por desgracias y enfermedades asociadas a la pobreza. El país sufre el conflicto de renovación o involución, ilustración o catolicismo ancestral de América latina. Ese catolicismo español, retardario, perjudicaba mucho a Colombia. En casa del autor, de niño, rezaban cada día el rosario y, periódicamente, el clero del lugar organizaba unos Rosarios de la aurora ­­––en la madrugada––a los que acudía todo el barrio.

Me decía mi padre: “Ve a misa tranquilo, para que tu mamá no sufra. Si hubiere Dios de verdad a él le tendría sin cuidado que lo adoraran o no.”

Para los conservadores, su padre era un izquierdista nocivo para los alumnos, peligroso para la sociedad y demasiado librepensador en materia religiosa. Y los izquierdistas lo veían como un burgués tibio e incorregible porque no estaba de acuerdo con la lucha armada.

Desde el primer capítulo, es conmovedor: el niño Abad Faciolince elige no ir al cielo (porque en él no va a estar su papá) y ello por los continuos reproches que los beaturrios le hacían al profesor de que iría al infierno. Es un libro cargado de anécdotas y costumbres (narradas deliciosamente desde el recuerdo infantil) como que en el despacho del padre hubiera una foto enmarcada, en la que la secretaria de su papá, vestida de novia, se casaba con el padre del crío. El chico no lo entendía (había sido una boda por poderes), como tampoco que en la foto de su casa se viera a su mamá casada con el tío Bernardo.

“¿Cuántas personas podrán decir que tuvieron el padre que quisieran tener si volvieran a nacer? Yo lo podría decir”.

Sí. Hasta hace bien poco solía ponerse como padre ideal a Atticus Finch, el entrañable personaje de “Matar a un ruiseñor”, que interpretó magistralmente Gregory Peck. Después de este libro, ha salido un duro competidor: Héctor Abad Gómez.

La familia la componían sus cinco hermanas mayores y el niño que nos narra. Eran felices. La felicidad nos parece algo natural y merecido, las tragedias nos parecen algo enviado desde fuera como una venganza o castigo. El padre trabajaba en la Facultad de Medicina y era profesor de Medicina Preventiva y Salud Pública. Desde el primer momento se dio cuenta de que la mayoría de enfermedades se debían a la falta de agua, de alcantarillados y de limpieza en los hogares. Y a ello dedicó su lucha. Con los alumnos empleaba el método socrático de enseñar preguntando.

Según mi mamá, y tenía razón mi papá era incapaz de entender la economía doméstica. Nunca tenía dinero suficiente porque siempre le daba o le prestaba plata a cualquiera que se la pidiera, parientes, conocidos, extraños, mendigos y hasta los alumnos. Llegó a confesar: “soy muy buen padre, pero muy mala madre”. Es decir, que era bueno para fecundar, para poner la semilla de una buena idea, pero malo para la paciencia de la gestación y de la crianza.

La situación en Medellín se fue radicalizando. Al profesor ya no lo perseguían en la Universidad por comunista, sino mucho por “reaccionario”. Para aquellos, los felices eran en esencia reaccionarios porque lo eran en medio de infelices y desposeídos. Pero él siguió tratando de mejorar las condiciones sanitarias:

La rebeldía no la quiero perder. Nunca he sido un arrodillado, no me he arrodillado sino ante mis rosas y no me he ensuciado las manos sino con la tierra de mi jardín.

Reiteradamente amenazado por los batallones de la muerte y los radicales de izquierda, no quiso dejar su trabajo por ayudar a los desvalidos. “Si me matan por lo que hago ¿no sería una muerte hermosa?”.

Una persona que, por ser como es, se ha ganado el cariño, el respeto y la confianza, el amor de una gran mayoría de los que te conocen.

“La vida, después de casos como este, no es otra cosa que una absurda tragedia sin sentido para la que no vale ningún consuelo”.

Por eso Héctor Abad Faciolince ha puesto en palabras la verdad, para que esta dure más que su mentira.

Un libro profundamente hermoso. Obligatorio para los padres.

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