Otoño alemán de Stig Dagerman (117 págs.)
Sinopsis de Pepitas ed.: En 1946, el periódico sueco Expressen envió a ese gran «cementerio bombardeado» que era la Alemania de posguerra a Stig Dagerman —un autor de sensibilidad anarquista que, pese a contar solo veintitrés años, ya gozaba de cierto prestigio literario, pues había publicado las que serían sus dos novelas más importantes, La serpiente y La isla de los condenados— para que escribiera una serie de reportajes que todavía hoy están considerados como toda una lección de periodismo literario. Y es que, mientras los diarios del mundo entero ofrecían el retrato maniqueo de un país al que se le exigía una abjuración desmedida, Dagerman, un narrador dotado de una delicadeza extraordinaria y libre de cualquier tipo de prejuicio, prefirió observar y escuchar, cruzar el país en trenes abarrotados, visitar sótanos inundados y urinarios reconvertidos en el miserable «hogar» de muchas familias, recorrer las ruinas de ciudades como Hamburgo, Berlín, Múnich o Colonia, o asistir al ridículo espectáculo de los procesos de desnazificación para contar el sufrimiento de los vencidos. El inconmensurable talento de Dagerman, su palpable humanidad, convierten Otoño alemán en un testimonio complejo e inestimable de la deplorable situación de un pueblo desnortado y empobrecido, en una honda meditación sobre el odio y la culpa, y en una denuncia del hipócrita discurso de los aliados.
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En otoño de 1946 llegaron a las zonas occidentales de Alemania trenes con refugiados del este. Gente hambrienta y andrajosa que se apretaba en las estaciones ferroviarias. Estas personas colmaron de amargura y rencor este “Otoño alemán”. Dagerman trata de ponerse en el lugar del otro y procurar entender, en un momento en que entender parecía ser la última opción. Escribe el autor que en aquella época se encontró con sinceros antinazis más decepcionados, más apátridas y más derrotados que los propios simpatizantes nazis.
Porque los antinazis no se solidarizan con el descontento alemán ni con la política de los aliados vencedores (indulgentes con los nazis) y, además, piensan que ––como antinazis–– les corresponde una parte de la victoria aliada y de la derrota alemana.
El libro recoge estas crónicas de la posguerra alemana. Es un ejemplo de buen periodismo y alta literatura. En la línea de nuestro Chaves Nogales. Leyéndolo, uno sabe que está ante una obra maestra.
Conmueve la descripción de un cementerio que había sido arrasado por las bombas aliadas. ” Esto es Alemania, un cementerio bombardeado”.
En la Alemania de posguerra no había diferencias de clase. El autor apunta que hay una diferencia entre los menos pobres y los más pobres; esta diferencia es mayor que la diferencia entre los acomodados y los propietarios de cualquier sociedad más o menos normal, aunque resultase paradójico.
Las críticas a la actuación de los ingleses eran generalizadas. Los ingleses habían retrasado la reconstrucción y desmoralizado a la población, mediante una política de hambre “volviendo a la gente mala, peor y a la buena, indecisa”. El hambre no casa bien con ninguna forma de idealismo.
“Alemania no tiene solo una generación perdida, tiene varias”. La juventud, que había conquistado el mundo a los 18 años y a los 22 ya lo había perdido todo. Es la generación perdida más lamentable. Jóvenes pobres y pálidos con cara de hambre, mal vestidos, sin trabajo por culpa de su pasado.
Lo que más se reprocha es la injusticia que la política aliada comete con Alemania: tiene paralizada la producción a través de un desmantelamiento mal organizado y dando limosnas a la población en forma de abastecimiento, en vez de poner en pie la producción alemana.
En fin, en aquella Alemania de posguerra la alegría escasea, pero no las diversiones. Los cines están llenos hasta el anochecer; los teatros tienen el mejor repertorio del norte de Europa y el público con más ganas; las salas de baile están a rebosar. Pero divertirse es caro.
Un libro muy interesante y recomendable.
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