CRÍTICA DE LIBROS: “Los marineros perdidos” de Jean-Claude Izzo, 272 págs.

Sinopsis de Editorial Montesinos: Tres hombres, un libanés, un griego y un turco están atrapados a bordo de un viejo carguero atracado en el puerto de Marsella. El barco ha sido embargado porque su armador, un especialista en trucos y marrullerías, ha quebrado. Los tres esperan, sin creer verdaderamente en ello, hacerse a la mar de nuevo en la vieja embarcación. El capitán (Aziz) y su segundo (Diamantis) descubren entonces su infelicidad, su desazón, la vaciedad que les empuja hacia el mar y ahí afuera está Marsella, la ciudad mestiza, llena de vida, de generosidad, pero también de violencia. Y en Marsella se teje otra historia, que envuelve dramáticamente a los tres hombres, conduciéndolos a la tragedia. Una tragedia en cuyo seno los tres alcanzan a comprender verdaderamente quiénes son.

   

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Los marineros perdidos no es una novela que se desarrolle en el mar. Trata sobre un barco abandonado por su armador y marineros que no navegan y, además, es un canto a Marsella, penetrada por la luz y el color del Mediterráneo. Una ciudad tejida de evocaciones que se transmitían de padres a hijos, como una herencia. La vieja Marsella tenía grabada la historia en sus hombres, no en sus piedras.

Los tres protagonistas, un turco, un griego y un libanés, se debaten entre el deseo casi enfermizo de volver a navegar (en cada viaje vuelves a dibujar el mundo) y la atracción fatal de la vida en tierra, mientras esperan en vano que alguien se ocupe de refletar el carguero ––donde trabajaban–– amarrado y sin destino en un apartado muelle marsellés. No es posible conocer a un marinero más que en tierra:

Parecía cojear. Una forma de andar. Casi una

confirmación de que no pertenecía a tierra firme.

Los marineros ven la tierra de otro modo, también a los hombres. Cada uno de los tres, por separado, van recorriendo el puerto, las tabernas y los prostíbulos de Marsella. Izzo, con prosa de gigante, narra la historia personal de cada protagonista y el origen de su obsesión por el mar. Escribe con frases cortas que parecen sentencias contundentes: Las preguntas esenciales siempre se las plantea uno demasiado tarde. Cuando ya no hay vuelta atrás. O estas otras: Creo que por la noche el mundo nos abandona… “Soy un tipo que zozobra” … Tenían demasiadas cosas en común y muy pocas que decirse…

En el barco Aldebaran, abandonado por su armador, hay dos birmanos, un marfileño, un comorense, un turco, un marroquí, un húngaro, un libanés y un griego ¿quién era extranjero respecto a quién, una vez en el mar? La cuestión de la raza no se había planteado nunca. Fuera de allí, el odio se desplegaba por todas partes: Bosnia, Ruanda, Chechenia, Irlanda… La guerra: Siempre hay alguien a quien le falta algo a lo que creía tener derecho. Y entonces se lo arrebataba a su vecino. En nombre de la razón.

Contrariamente a lo que se cree, dice el autor, el Mediterráneo no es un mar tranquilo. Es, por excelencia, un mar tempestuoso. Siempre hay un momento en que pasas de tener miedo a estar aterrorizado.

Un personaje puede, en un determinado momento de la novela, explicar la belleza de las antiguas cartas náuticas y su sentido y poco después, movido por sus obsesiones y demonios emborracharse hasta perder el control, aporreando a quien se ponga por delante. Por eso, lo natural es que la historia acabe en drama, como una consecuencia inevitable de los tremendos conflictos de sus protagonistas.

“Y la cogió por los hombros, con el respeto y

la ternura que hay que dar a las mujeres heridas”.

Novela bellísima, poética, de escritor deslumbrante; sus novelas de serie negra tienen un estilo especial: cargadas de tabaco, alcohol, sexo, música y esa delicadeza suya, que lo hacen parecer extraordinario, inconfundible. Cuando se va terminando de leer el libro uno ansía que el relato no acabara nunca. Soberbio Izzo.