14 d'abril: memòria històrica de tot l'Estat espanyol, diguen el diguen
En record d'aquelles persones que somniaven amb la llibertat, la justícia i la dignitat el 14 d'abril de 1931
Avuí, 14 d'abril de 2012, commemorem el 81é aniversari de la proclamació de la II República Espanyola. Amb aquest article volem recuperar l'esperit de llibertat i justícia que va recòrrer els carrers de la majoria de ciutats espanyoles aquell dia i que semba haver-se esvaït o que vulguen eliminar-lo de la nostra memòria.
En aquella jornada primaveral començava a Espanya una aventura democràtica, plena d'esperança i il·lusió, única en la història, que acabaria 8 anys després quan es llegia l'últim parte d'una guerra civil que van provocar qui tots sabem. Ara, en aquesta primavera del segle XXI som moltes les persones que sentim enyorança d'un sistema polític més just i democràtic que l'actual.
Amb tot, la nostra nostàlgia no és pessimista o retrògrada sinò més bé tot el contrari. Potser els més conservadors s'hi pregunten com és possible ser nostàlgic d'una cosa que no s'ha viscut. La resposta és ben senzilla: els que voldriem una Tercera República a Espanya en basem en la dels anys 30 però amb noves aspiracions i amb un projecte adequat als temps que corren. És a dir, no és només que tots els càrrecs públics i totes les institucions de l'Estat siguen elegides per la gent (sense cabuda per a una Familia privilegiada) sinò altres reivindicacions (vegeu el Manifest a favor d'un procés de Constitució de la Tercera República).
Nosaltres ens conformem en homenatjar-la parlant-hi. En aquest cas, adjuntem un document sobre el símbol per excel·lència de la II República: la bandera.
En un moment, en que la dreta política governant i les elits socials i econòmiques aposten per l'amnèsia col·lectiva en lloc de parlar lliurement de la memòria històrica comuna (un clar intent de marcar les diferències de classe i d'admetre que podem viure en el mateix territori però que ells mai no compartiran res amb la resta de classes socials ni que mai es mesclaran amb altres tendències ideològiques), ja és hora de parlar en possitiu d'un temps desconegut.
Perquè, acàs algú coneix històries quotidianes de la II República? A algú li han parlat sobre la vida democràtica en els ajuntaments durant aquells anys 30? Només interessa la imatge pejorativa i negativa de la Guerra Civil i la postguerra; sols els ha interessat parlar de les tragèdies familiars fet que ha desvirtuat la realitat. És veritat que se n'ha de parlar (més 100.000 famílies encara no han trobat les restes dels seus avis) però podríem dedicar més esforços a recuperar la memòria d'aquells 5 anys de pràctica democràtica pura. I això intentarem amb aquest article.
Us encomanem, un any més, a que ens conteu les vostres històries, si en teniu, sobre familiars i coneguts al voltant de la vida democràtica i quotidiana durant els primers anys 30. Seria un honor donar-vos veu. Almassora va perdre molt durant la Guerra Civil però res en sabem. Les nostres autoritats s'esforcen per homenatjar les víctimes de 1808 que s'enfrontaren als francesos però són incapaços de reconèixer un temps d'esperança, de llibertat i de justícia social. Allà cadascú amb la seua interpretació de la Història però no ens podran impedir que nosaltres recordem a tots els homes i dones que hi van creure en un món més just, en un món millor.
(enllaç: http://www.asturiasrepublicana.com/tricolor.htm)
El 14 de abril de 1931, hace ahora 70 años, las calles de las principales ciudades de España se veían inundadas por un tremolar de banderas tricolores que celebraban la proclamación de la Segunda República, y trece días más tarde el Gobierno Provisional promulgaba un decreto que determinaba en su artículo 1º la adopción como bandera nacional de la formada 'por tres bandas horizontales de igual ancho, siendo la roja la superior, amarilla la central y morada oscura la inferior', una disposición ratificada posteriormente por la nueva Constitución. Con estas disposiciones se rompía una tradición bicolor que contaba ya con casi siglo y medio de existencia.
La bandera que la nueva República adoptaba como propia era la misma que numerosos grupos republicanos -aunque no todos- habían venido usando como alternativa a la enseña rojigualda, identificada por ellos con la monarquía, y por tanto representaba una idea de cambio radical en el sistema de gobierno del país. Su disposición en tres franjas de distinto color estaba probablemente influenciada por la tríada jacobina de ' Libertad, Igualdad, Fraternidad ' que los revolucionarios franceses habían extendido por toda Europa, pero la característica más llamativa de la nueva enseña era la introducción del color morado.
Este color era justificado en el Decreto por ser el 'que la tradición admite por insignia de una región ilustre, nervio de la nacionalidad', dando con ello acogida y validez a una tradición que, a pesar de haber sido refutada por prestigiosos investigadores, había conseguido arraigar en las más diversas capas de la sociedad española: la tradición, leyenda o mito -como queramos llamarlo- del pendón morado de Castilla.
Ya en 1869, tras el derrocamiento de Isabel II y en medio de las convulsiones políticas que condujeron a la proclamación de la I República, una comisión del Ayuntamiento popular de Madrid presentó una proposición a las Cortes Constituyentes para que adoptasen por bandera nacional la tricolor de faja morada, propuesta que fue rechazada, por lo que la roja y gualda siguió siendo la bandera representativa incluso durante el efímero periodo republicano.
Dicha proposición defendía el color morado como propio de Castilla por la presencia del mismo en numerosos emblemas y enseñas relacionados de una u otra forma con el antiguo reino, y sobre todo sostenía que de ese color había sido el pendón que los comuneros habían alzado en su rebelión contra Carlos V. En este sentido se hacía eco de una extendida visión de la revuelta comunera como una rebelión popular y democrática, que defendía las libertades castellanas frente al carácter centralizador y autoritario de la idea imperial de Carlos V. Por tanto, los comuneros habrían sido los precursores de todos los movimientos progresistas de España, desde los liberales de Riego a los federalistas. Sin embargo, y aparte de que los estudios más serios han desmontado esta imagen romántica, en ningún documento comunero de los conservados aparece alusión alguna al supuesto pendón morado, constando sin embargo que en la batalla de Villalar (1521) se distinguieron de sus enemigos mediante cruces rojas, mientras que los imperiales las usaron blancas. Luego, hasta donde sabemos, si hubo un color distintivo comunero fue el rojo de sus cruces.
Parece que el origen del malentendido se remonta al bienio constitucional abierto en 1821 con el pronunciamiento de Riego contra el absolutismo de Fernando VII, cuando surgieron las discordias en el seno de los liberales entre moderados y exaltados. Entre estos últimos fue muy activa una sociedad secreta -con una considerable presencia en Sevilla- conocida como Los Comuneros (probablemente por la razón antes apuntada), que usaban una bandera morada con un castillo. La radicalidad de sus posturas y lo llamativo de sus actitudes, con extravagantes pruebas de iniciación y ceremonias copiadas de la masonería, debió dar lugar a una identificación entre la causa revolucionaria y el color morado que ellos exhibían no sólo en sus banderas, sino también como distintivo personal, además de contribuir a la relación entre este color y el nombre de comuneros y, por extensión, de Castilla. Una prueba de lo primero es el hecho de que la bandera que en 1831 bordara en Granada Mariana Pineda para ser usada en un levantamiento liberal, y que le costó la ejecución, tuviera ese color.
De esta forma el morado comenzó a ser utilizado junto con los dos colores históricos en algunos ambientes republicanos, especialmente en los de tendencia federalista, ya que consideraban que el rojo y el amarillo, aparte de su identificación con la monarquía, sólo representaba a una parte de los pueblos integrantes de España, los vinculados con la antigua Corona de Aragón, por lo que el otro gran pueblo hispánico, el castellano, debía estar presente en la bandera mediante el color que, según la tradición, le era propio. Así, en tiempos próximos a la Revolución de 1868 la faja tricolor fue adoptada como distintivo de los concejales del Ayuntamiento madrileño, y de ahí la referida propuesta.
Por lo tanto, desde el punto de vista político la bandera tricolor representó durante la mayor parte del siglo XIX la idea de un cambio radical que trajese a España un régimen republicano en el que los distintos pueblos de España estuviesen representados equitativamente.
Pero como veremos en la segunda parte, no eran sólo las ansias de cambio las que hicieron popular al color morado.
Sin embargo, en otros ambientes de signo totalmente opuesto también arraigó esta tradición. Lo más significativo probablemente sea el que en 1833, cuando se produce la proclamación de Isabel II, se adopta un estandarte real morado, lo que reflejaba tanto un recuerdo del controvertido 'pendón' como el apoyo de los liberales a la reina niña frente a los carlistas.
Este fenómeno confluye con otro que se produce en el ámbito militar, y que parece arrancar del Regimiento de Infantería de Castilla, actualmente denominado Inmemorial del Rey y considerado como el más antiguo del Ejército español, que adoptó uniforme morado en 1693, al parecer en recuerdo de haber tenido origen en unas tropas reclutadas por un obispo castellano en tiempos de Fernando III, lo que determinaría el color eclesiástico morado que fue su distintivo. Por ello fue conocido vulgarmente como Tercio de Morados, y de esta forma, el nombre de Castilla y el color morado se reunieron en las aspiraciones de antigüedad, y por lo tanto, de precedencia y privilegios, de una unidad militar que, dado su prestigio, despertó deseos de emulación entre otras unidades. Así, el Regimiento de Reales Guardias de Infantería Española obtiene desde su creación en 1703 el color morado para su bandera principal o coronela, en lugar de la blanca reglamentaria. El Regimiento de Castilla quiere también recuperar un color que considera propio, y solicitará repetidas veces el morado para su bandera, hasta que le es concedido en 1830, siendo imitado en los años posteriores por otros cuerpos y unidades. Cuando además, la propia monarquía adopta este color para su principal enseña, el estandarte, se refuerza en estas unidades el deseo de mostrar su vínculo con dicha institución mediante la exhibición del morado en sus banderas.
Pero quizá en el origen de todas estas historias subyazca una simple confusión cromática. Por una parte, la confusión terminológica entre púrpura, que en castellano designa a un tinte de un color rojo intenso, y que en realidad equivaldría a encarnado o carmesí, y el termino heráldico homónimo que se representa mediante el color morado, lo que habría dado lugar a que enseñas que en su origen eran rojas, al ser descritas como 'púrpuras' acabasen siendo representadas como moradas. Esto es bastante evidente en un ámbito paralelo, en el caso de la figura del león que aparece en el escudo de España, y que siendo descrito durante siglos como 'púrpura' era representado como de color rojo, y sólo a principios del siglo XIX empezó a ser pintado de púrpura heráldico, es decir, de morado. Por otra parte, es un hecho demostrado que la acción del tiempo puede hacer que los tintes rojos se oscurezcan hasta adoptar una tonalidad violácea, lo que se ha comprobado al examinar algunas banderas identificadas como 'Pendón de Castilla', y que al ser sometidas a un detallado análisis han resultado ser rojas. Y tampoco hay que olvidar la amplia presencia del color morado en el ámbito religioso, desde vestiduras a ornamentos y estandartes, lo que sin duda debió influir en la aceptación de dicho color en un país de tan arraigada religiosidad.
De este modo, en vísperas del advenimiento de la Segunda República se producía la gran paradoja de que los republicanos como innovadores, y amplios sectores militares como inmovilistas, coincidían en considerar el color morado como representativo de Castilla.
Por ello, debe admitirse que en 1931 el color morado contaba con una tradición, no por infundada menos valiosa, que si no justificaba al menos hacía comprensible su inclusión en una enseña que pretendía simbolizar la pluralidad de los pueblos de España, desde un espíritu a la vez rupturista y respetuoso con el pasado. Sin embargo, cabe preguntarse si la decisión del nuevo régimen de adoptar la tricolor no fue un error que contribuyó a enajenar las voluntades de todos aquellos que consideraban a la bandera rojigualda como el verdadero símbolo de España, y no de la monarquía, sectores de la población cuya aceptación de la Segunda República se podría haber ganado conservando, como hizo la Primera, y como cuarenta y cinco años después hizo la Transición, los colores del paño y cambiando simplemente el escudo.
Con respecto al escudo, y para finalizar con una nota local, quisiera decir a título de curiosidad que uno de los pocos ejemplares que se conservan del escudo republicano con la corona mural se encuentra en la comisaría de la Policía Nacional de Alcalá. Después de setenta años, se trata de un auténtico testigo de nuestra agitada historia.
Acuerdo sobre la bandera de la Presidencia del Gobierno Provisional de la República, 27 de abril de 1931:
El alzamiento nacional contra la tiranía, victorioso desde el 14 de abril, ha enarbolado una enseña investida por el sentir del pueblo con la doble representación de una esperanza de libertad y de su triunfo irrevocable. Durante más de medio siglo la enseña tricolor ha designado la idea de la emancipación española mediante la República.
En pocas horas, el pueblo libre, que al tomar las riendas de su propio gobierno proclamaba pacíficamente el nuevo régimen, izó por todo el territorio aquella bandera, manifestando con este acto simbólico su advenimiento al ejercicio de la soberanía.
Una era comienza en la vida española. Es justo, es necesario, que otros emblemas declaren y publiquen perpetuamente a nuestros ojos la renovación del Estado. El Gobierno provisional acoge la espontánea demostración de la voluntad popular, que ya no es deseo, sino hecho consumado, y la sanciona. En todos los edificios públicos ondea la bandera tricolor. La han saludado las fuerzas de mar y tierra de la República; ha recibido de ellas los honores pertenecientes al jirón de la Patria. Reconociéndola hoy el Gobierno, por modo oficial, como emblema de España, signo de la presencia del Estado y alegoría del Poder público, la bandera tricolor ya no denota la esperanza de un partido, sino el derecho instaurado para todos los ciudadanos, así como la República ha dejado de ser un programa, un propósito, una conjura contra el opresor, para convertirse en la institución jurídica fundamental de los españoles.
La República cobija a todos. También la bandera, que significa paz, colaboración de los ciudadanos bajo el imperio de justas leyes. Significa más aún: el hecho, nuevo en la Historia de España, de que la acción del Estado no tenga otro móvil que el interés del país, ni otra norma que el respeto a la conciencia, a la libertad y al trabajo. Hoy se pliega la bandera adoptada como nacional a mediados del siglo XIX. De ella se conservan los dos colores y se le añade un tercero, que la tradición admite por insignia de una región ilustre, nervio de la nacionalidad, con lo que el emblema de la República, así formado, resume más acertadamente la armonía de una gran España.
Fundado en tales consideraciones y de acuerdo con el Gobierno provisional,
Vengo en decretar lo siguiente:
1. Se adopta como bandera nacional para todos los fines oficiales de representación del Estado dentro y fuera del territorio español y en todos los servicios públicos, así civiles como militares, la bandera tricolor que se describe en el art. 2º de este Decreto.
2. Tanto las banderas y estandartes de los Cuerpos como las de servicios en fortalezas y edificios militares, serán de la misma forma y dimensiones que las usadas hasta ahora como reglamentarias. Unas y otras estarán formadas por tres bandas horizontales de igual ancho, siendo roja la superior, amarilla la central y morada oscura la inferior. En el centro de la banda amarilla figurará el escudo de España, adoptándose por tal el que figura en el reverso de las monedas de cinco pesetas acuñadas por el Gobierno provisional en 1869 y 1870.
En las banderas y estandartes de los Cuerpos se pondrá una inscripción que corresponderá a la unidad, Regimiento o Batallón a que pertenezca, el Arma o Cuerpo, el nombre, si lo tuviera, y el número. Esta inscripción, bordada en letras negras de las dimensiones usuales, irá colocada en forma circular alrededor del escudo y distará de él la cuarta parte del ancho de las bandas de la bandera, situándose en la parte superior y en forma que el punto medio del arco se halle en la prolongación del diámetro vertical del escudo.
Las astas de las banderas serán de las mismas formas y dimensiones que las actuales, así como sus moharras y regatones, aunque sin otros emblemas o dibujos que los del Arma, Cuerpo o Instituto de la unidad que lo ostente, y el número de dicha unidad. En las banderas podrán ostentarse las corbatas ganadas por la unidad en acciones de guerra.
3. Las Autoridades regionales dispondrán que sucesivamente sean depositadas en los Museos respectivos las banderas y estandartes que hasta ahora ostentaban los Cuerpos armados del Ejército y los Institutos de la Guardia Civil y Carabineros.
El transporte y entrega de dichos emblemas se hará con la corrección, seriedad y respeto que merecen, aunque sin formación de tropas, nombrándose por cada Cuerpo una Comisión que, ostentando su representación, realicen aquel acto, y formándose la Comisión receptora por el personal del Museo.
4. Las escarapelas, emblemas y demás insignias y atributos militares que hoy ostentan los colores nacionales o el escudo de España, se modificarán para lo sucesivo, ajustándolas a cuanto se determina en el artículo 2º.
5. Las banderas nacionales usadas en los buques de la Marina de guerra y edificios de la Armada, serán de la forma y dimensiones que se describen en el art. 2º.
Las banderas de los buques mercantes serán iguales a las descritas anteriormente, pero sin escudo.
Las banderas y estandartes de los Cuerpos de Infantería de Marina y Escuela Naval serán sustituidas por banderas análogas a las descritas para los Cuerpos del Ejército.
Las astas, moharras y regatones se ajustarán asimismo a lo que se dispone para las de los Cuerpos del Ejército.
6. Las Autoridades departamentales y Escuadra dispondrán que sucesivamente sean depositadas en el Museo Naval las banderas de guerra regaladas a los buques y estandartes que hasta ahora ostentaban los Regimientos de Infantería de Marina y Escuela Naval.
El transporte y entrega de estas enseñas se hará con la corrección, seriedad y respeto que merecen, aunque sin formación de tropa, nombrándose por cada Departamento o buque una Comisión receptora por el personal del Museo.
7. Las escarapelas, emblemas y demás insignias y atributos militares que hoy ostentan los colores nacionales o el escudo de España se modificarán para lo sucesivo, ajustándolas a cuanto se determina en el artículo 2º.
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