CRÍTICA DE LIBROS: Los asquerosos, de Santiago Lorenzo
Sinopsis:
Manuel acuchilla a un policía antidisturbios que quería pegarle. Huye. Se esconde en una aldea abandonada. Sobrevive de libros Austral, vegetales de los alrededores, una pequeña compra en el Lidl que le envía su tío. Y se da cuenta de que cuanto menos tiene, menos necesita. Un thriller estático, una versión de Robinson Crusoe ambientada en la España vacía; una redefinición del concepto «austeridad». Una historia que nos hace plantearnos si los únicos sanos son los que saben que esta sociedad está enferma. Santiago Lorenzo ha escrito su novela más rabiosamente política, lírica y hermosa.
Manuel acuchilla a un policía antidisturbios que quería pegarle. Huye. Se esconde en una aldea abandonada. Sobrevive de libros Austral, vegetales de los alrededores, una pequeña compra en el Lidl que le envía su tío. Y se da cuenta de que cuanto menos tiene, menos necesita. Un thriller estático, una versión de Robinson Crusoe ambientada en la España vacía; una redefinición del concepto «austeridad». Una historia que nos hace plantearnos si los únicos sanos son los que saben que esta sociedad está enferma. Santiago Lorenzo ha escrito su novela más rabiosamente política, lírica y hermosa.
Me
habían hablado de este libro. El título no atrae mucho que digamos y,
sin embargo, resulta inquietante el éxito obtenido. Esta polvareda provoca
cierta prevención cuando comienzo a leerlo, pero enseguida se me pasa; porque desde
las primeras páginas atrae.
El
narrador es el tío de Manuel (el protagonista), a quien quiere y ayuda. La
trama tiene buen ritmo y nos critica la soledad, el ruido, la desconfianza ante
medidas económicas y políticas, la ley de Seguridad Ciudadana, las movedizas
garantías legales y la fealdad actual.
Se
dice que la soledad es el gran mal
que aqueja al ser humano contemporáneo. A Manuel la total soledad que llega a
tener le parecía poca.
La
prosa de Santiago Lorenzo es arcaica y, paradójicamente, moderna. Destaca la
proliferación de palabras que se inventa. Así dice ocurrió algo que puso las cosas de color negro rebuzno, o desfrustrante, desdesvalimiento,
trabajines, esclaverío (por esclavización), palabros que se entienden bien
en el contexto.
Creo
que en una obra literaria es más difícil hacer reír que hacer llorar. Este
relato causa risa y sonrojo. Manuel se ha creado un mundo posible: Zarzahuil. Y en este pueblo se va
convirtiendo en un ermitaño de nuestro tiempo. Es un Robinson Crusoe del siglo
XXI, con lo que él llama desnecesidades.
En su contenedor-vivienda se va
adaptando a la austeridad fiera, a una parquedad gozosa: cortar la leña me ahorra quemarla, reflexiona tras el esfuerzo de partirla.
Su verbo favorito: disfrutar.
Manuel
nos describe a la Mochufa, que es algo como la horteridad. Su odio a los mochufas
(urbanitas en fin de semana) es hilarante, mordaz y crítico: a base de desatenciones en lo importante y
sobreatenciones en lo accesorio, tenían una torpeza de alfeñiques.
La
única pega que le pondría al libro ––como casi siempre tengo que censurar–– es que
se pierde en detallarnos minuciosamente las distintas estrategias que Manuel
emplea para buscarse la vida o sus habilidades en el bricolaje. Pormenoriza en
detalles tontísimos, que fácilmente se podrían adivinar. Por eso, en algunos
momentos, puede llegar a cansar. Suprimiendo unas decenas de páginas sería una
novela mucho mejor; porque no se parece a ninguna otra.
No es más feliz
quien más tiene sino quien menos necesita.
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