CRÍTICA DE LIBROS: “CASTELLANO”, de Lorenzo Silva

El resumen del editor: 1521. La revuelta de los comuneros contra Carlos I.

Un sueño de orgullo y libertad que marcó la identidad española.

La épica revuelta del pueblo de Castilla contra el abuso de poder de Carlos V culminó en la batalla de Villalar, el 23 de abril de 1521. Las tropas imperiales arrollaron a las de las Comunidades de Castilla y decapitaron a sus principales capitanes: Padilla, Bravo y Maldonado. Aquella jornada marcó el declive definitivo de un próspero reino que se extendía a lo largo de tres continentes y cuya disolución dio lugar a un nuevo Imperio que se sirvió de sus gentes y sus recursos. Desde entonces, Castilla y los castellanos han sido vistos como abusivos dominadores, cuando en realidad su alma quedó perdida en aquel campo de batalla y ha languidecido en tierras empobrecidas, ciudades despobladas y pendones descoloridos.

Esta novela es un viaje a aquel fracaso, nacido de un sueño de orgullo y libertad frente a la ambición y la codicia de gobernantes intrusos y, en paralelo, del descubrimiento tardío del autor, a raíz del extrañamiento y el rechazo ajeno, de su filiación castellana y del peso que esta ha tenido en su carácter y en su visión del mundo.

 

Acaban de cumplirse quinientos años de la gallarda y desdichada revolución comunera. El autor sitúa en Toledo el inicio de esta revolución, con un discurso inflamado de un franciscano. Clama contra Carlos de Gante, heredero del Sacro Imperio Romano Germánico, el joven príncipe extranjero nieto de los Reyes Católicos e hijo de la Reina Juana (La Loca). Criado lejos del reino de Castilla, estaba rodeado de flamencos que administraban Castilla acumulando cargos. Estaban vaciando Castilla del dinero de nobles y comerciantes castellanos.

Ahora, los gobernantes flamencos se proponían endurecer la alcadaba (impuesto indirecto, especie de actual IVA, que grava todas las transacciones), con la intención de recaudar trescientos millones, para la ceremonia de coronación de Carlos V, que tendría lugar en Alemania. Los castellanos no concebían el boato y las ropas suntuosas de la Casa de Borgoña de Carlos I de Castilla, sus fiestas, banquetes y bailes que son pan diario del monarca y su camarilla. El monarca no era leal a su reino y demandaba lo que su reino no podía darle.

Este discurso lo escucha el caballero Juan Padilla, que tiene inculcada gran inquina hacia los derrochadores extranjeros.

Hasta entonces, la política económica favorecía a la hermandad de ganaderos (la Mesta), que enviaba la mejor lana a Europa del norte, de donde volvía convertida en paños y telas. El autor destaca que se acostumbra a acusar a Castilla de opresora y beneficiaria de la opresión, cuando los últimos cinco siglos sirvieron para la prosperidad de otros. Una vez más, fruto del desconocimiento.

Qué absurdos suelen ser los tópicos y los lugares comunes la mayoría de las veces: “los andaluces, vagos; los castellanos, sosos, sobrios, de derechas”. Hay de todo, como en todas partes ––dice Lorenzo Silva–– y este libro nos enseña que la ignorancia y el desconocimiento son malos consejeros. La documentación histórica es irrebatible.

Los pecheros (de pechar, dar tributo) eran los no nobles; la alcabala lo gravaba todo. Pero a los ricos, apenas les pesaba; en cambio a los que no tenían para comer les atormentaba muchísimo.

Carlos I ––con las subidas de impuestos––, tenía airados a los eclesiásticos, a las ciudades díscolas (Salamanca, Toledo, Burgos), a las multitudes de ciudadanos y ensoberbecidos a los nobles. Todo hombre casado ha de pagar, además, un ducado por él mismo y otro por la esposa; dos reales por cada niño que tenga, un real por cada sirviente, cinco maravedís por cada oveja… y una suma adicional en función de las tejas de su casa.

Los tres pilares de la revolución van a ser: la arrogancia toledana, la inteligencia salmantina y la ira segoviana.

 Lo que empezó por la exigencia de un derecho y la defensa de unos principios se va llenando de crueldad y sinrazón y turbios ajustes de cuentas.

Juan Bravo, en Segovia, se dispone a enfrentarse a un millar de jinetes que ha mandado el virrey para sojuzgar a la ciudad. Los soldados del virrey son rechazados una y otra vez por la milicia ciudadana. Se adueñan de los ingresos del Estado y se convierten en un poder comunal y vecinal que se conduce como legítimo representante y efectivo administrador del reino. Se ha prescindido del rey para defender y organizar el reino.

El autor hace un inciso para, desde Panamá, hablarnos de la aventura del sanguinario Pizarro y de Hernán Cortés, en Perú y México; durante la conquista de América.

De nuevo en Castilla, nos cita una anécdota que narra Miguel Delibes sobre el peso de la fe de los castellanos y que deja a cada uno en su lugar:

Unos mozos sacaron en procesión a un santo para que lloviera. En esto se asentó sobre ellos una nube y, en lugar de agua, empezó a descargar una granizada de órdago. Los mozos ––sigue narrando Delibes––, desconcertados primero y despechados después, tomaron las andas y arrojaron la imagen a la poza más profunda del río. He aquí un auténtico acto de fe popular castellana. Ni el santo se libra de recibir lo suyo si osa defraudar la confianza del pueblo.

 

Primavera de 1521. Unos días antes de la batalla, arrecia la lluvia que encharca prados y carreteras y dificulta en extremo el traslado de cañones y munición pesada de los comuneros. Se atasca la impedimenta. Caen prisioneros Padilla Bravo y Maldonado. Condenados a pena de muerte natural y confiscación de bienes, por traidores. Son decapitados.

Allí, en Villalar, empezó a deshacerse Castilla, para ya nunca rehacerse jamás. A los castellanos no les aguardaba otro destino verosímil que terminar aplastados. Y, aun así, se levantaron contra ese destino.

El autor termina ensalzando la lengua que produjo Castilla, la huella perenne de los hombres y mujeres que impidieron que se deshiciera. La lengua de Cervantes tiene contundencia en muchos vocablos ––despojo, hachazo, sopapo, merluzo––y belleza casi mística en otros ––horizonte, lumbre, temblor, ensenada–– donde están las almas de los castellanos muertos.

Un libro formidable, que recomiendo.

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