CRITICA DE LIBROS. - “La doble muerte de Unamuno”, de Luis García Jambrina y Manuel Menchón.

Sinopsis de la editorial

31 de diciembre de 1936. Miguel de Unamuno muere de forma repentina en su casa salmantina. España está en plena Guerra Civil y Salamanca es el centro de operaciones de Prensa y Propaganda de las tropas de Franco, con Millán Astray a la cabeza. A caballo entre la crónica y la reflexión, la indagación histórica y biográfica y la recreación literaria, este libro es una apasionante pesquisa en torno a las oscuras circunstancias que rodearon la muerte de una de las figuras más controvertidas y fascinantes de la España reciente. Su punto de partida es la exhaustiva investigación llevada a cabo para la realización de la película documental Palabras para un fin del mundo, con el propósito de ampliarla, profundizar en ella e ir más allá. El resultado es un contrarrelato que, por un lado, desmonta y desenmascara la versión oficial de los hechos, construida sobre el relato del único testigo, y, por otro, demuestra que Unamuno fue objeto de una operación propagandística por la que los sublevados pretendían apropiarse de su figura y secuestrar su memoria y su legado. Su «doble muerte» lo ha convertido en un símbolo de la defensa de la cultura frente a la barbarie y de la lucha por la libertad de la palabra. (147 páginas).

Los autores advierten en una nota: “Este no es un libro de historia ni un trabajo académico”; señalan que pretenden provocar el debate, discrepar de la versión oficial, insuficiente y confusa.

Miguel de Unamuno era un hombre de pensamiento, un pensamiento vivo, que nunca se detenía. Era aparentemente contradictorio porque en él había muchas personalidades, muchos unamunos discordantes entre sí.

Las personas inclasificables resultan molestas. Con Unamuno no vale el “o estás conmigo o estás contra mí”. Caben muchas otras opciones, incluso varias a la vez.

En las primeras horas del alzamiento militar se dijo que era “netamente republicano”. Hasta el propio Franco, en su manifiesto del día del golpe militar, habló por su parte de “Libertad, Igualdad y Fraternidad”. De aquí que Unamuno, en este contexto, se consideraba a sí mismo un “elemento de continuidad” de la República. Por esta razón los sublevados lo vieron como el perfecto aliado para legitimar su causa ante el mundo y deslegitimar la contraria, la causa de la República.

En la “guerra de ideas” que se desató no se trataba de persuadir al otro con la razón, sino arrebatársela, acabar con él. La primera víctima en cualquier guerra es la verdad. Unamuno quería convencer, no vencer; buscaba la verdad, no derrotar al contrario.

Miguel de Unamuno era el escritor más prestigioso e influyente de España, el intelectual por antonomasia y el menos sospechoso de ser fascista. Los golpistas decían que representaban “la salvación de la civilización cristiana occidental”. Franco fue el primero en ver y utilizar esta propaganda. Es así como Unamuno se ve situado en el epicentro de la guerra en esos primeros meses, decisivos para lo que vino después.

Las noticias iban sugiriendo que Unamuno había profetizado, muchos años antes, el día de su muerte. Por tanto, era cosa del destino o de la providencia divina, sin injerencia humana. Demasiado oportuno y como a propósito. Por eso la versión oficial de la muerte de Unamuno era un relato propagandístico que quiere apropiarse de su figura y secuestrar su memoria, convirtiéndolo en un falangista. Una muerte apacible y tranquila, doméstica y burguesa, sin gloria y sin épica. Un final anti heroico.

La historia la escriben siempre los vencedores. Son los dueños del relato y deciden qué es lo que hay que recordar y qué es lo que hay que olvidar. D. Miguel de Unamuno gozó del extraño privilegio de haber sido nombrado y destituido como rector vitalicio, a título honorífico, de las dos Españas: la Republicana y la franquista.

      El co-autor García Jambrina ha declarado: “Al margen de cómo muriera, lo más grave en el caso de Unamuno es lo que en el libro llamamos la muerte simbólica, que consiste en el secuestro, en primer lugar, de su cadáver y luego de su memoria, de su legado y de su figura y en el hecho de que los falangistas lo enterraran como un fascista, como uno de los suyos. Como consecuencia de todo ello, don Miguel quedó al final en una especie de purgatorio, considerado como un traidor por unos y por otros, lo que no quitaba para que los sublevados se sirvieran propagandísticamente de él en cuanto se les presentaba ocasión o escarnecieran su figura dándole, por ejemplo, su nombre a un campo de concentración de Madrid. La mejor justicia que se le puede hacer a Unamuno es la recuperación total de su memoria y el esclarecimiento de la verdad, sea la que sea. Como a él le gustaba decir: primero la verdad que la paz”.

Por eso, al final de su vida, escribía: “Primero me echó el rey, luego Primo de Rivera, más tarde los rojos y ahora los azules. No obstante, yo seguiré diciendo lo que creo que es justo”.

“Al igual que Don Quijote, Unamuno también fue derrotado y confinado en su casa como un héroe vencido y cansado tras muchos años de duro batallar. Como el ingenioso hidalgo, murió cuerdo en medio de tanta locura colectiva. Se enfrentará (como Don Quijote) a todos aquellos bellacos follones y mal nacidos que pretendían sembrar la muerte y cercenar la libertad de los españoles. Con las únicas armas que posee, las palabras”.

Nadie encarna mejor que Unamuno las defensas de la cultura, de la literatura, del pensamiento y de la palabra, de la libertad de la palabra contra la opresión de la tiranía y de la barbarie. Ochenta y cinco años después de su doble muerte, don Miguel sigue esperando en su nicho que se le haga justicia”.




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